"A veces me escribe la infancia
una tarjeta postal: ¿Te acuerdas?"
Michael Krüger
Qué maneras más curiosas de recordar...
una tarjeta postal: ¿Te acuerdas?"
Michael Krüger
Qué maneras más curiosas de recordar...
En una de estas tardes, una tarde como cualquier otra, avanzo bajo la lluvia parapetada por paraguas y auriculares escuchando un programa de radio en el que los oyentes hablan de sus flores favoritas y el motivo por el que lo son. La memoria funciona así, de manera caprichosa, azarosa, y enseguida brota de mi boca la palabra jazmín. No llega sola, viene acompañada de un tesoro que había olvidado. Algún enter activó de manera precisa una llave dispuesta a abrir una cerradura o presionó algún resorte debilitado, lo cierto es que una oleada de emoción asociada al recuerdo fue bajando por mi médula espinal hasta liberarse a la altura del pecho, la garganta más tarde, encontrando finalmente el canal de salida de los ojos, en forma de lágrimas. Camino deprisa y llueve torrencialmente; nadie parece darse cuenta.
Debía tener seis o siete años aquella mañana de un verano en su pleno apogeo en la que desperté confundida al percibir alborozo en la voz de mi madre.
-¡Vamos, ven al patio. Esta noche ha nevado!
Infancia y pereza son contrarios siempre que exista una promesa de novedad escondida en cualquier rincón, así que la sigo sin tiempo de desperezarme un poquito, sin frotarme los ojos siquiera... El suelo de arcilla roja del patio amaneció cubierto por decenas de jazmines blancos. Realmente parecían copos de nieve permanentes y cálidos, de aroma dulzón. Nunca había visto tantos, mi madre solía barrer y regar el patio antes de que despertáramos, en parte para avanzar en su quehacer diario, pero con total seguridad porque aquella actividad solitaria del amanecer debía suponer un auténtico placer en medio de su rutinaria tarea de hacer camas y fregar suelos y platos.
Al comienzo de cada verano, en un acto que parecía mágico, del ceniciento tronco del jazmín brotaban ramas y más ramas y de éstas, hojas y más hojas, que se enredaban en un entramado de alambre que cubría todo el patio.
Cualquier día, regresaba de las calurosas y festivas mañanas de colegio de finales de junio y lo descubría como si hubiera crecido de repente, para darme una sorpresa tras mis breves horas de ausencia. La medida del tiempo en la niñez, es otra.
Mi madre tenía "buena mano" para las plantas fundamentada en cuidados muy básicos pero perseverantes, un toque de intuición y una fe inquebrantable en el poder de la Naturaleza, segura de que ésta sabría compensar sus descuidos y errores. Pero al jazmín se topó con la solidez de mi padre y su elogio de la firmeza y los buenos cimientos. Mientras la mirada de todos trepaba por las ramas de la planta, la de mi padre se centraba en el arriate junto a una de las paredes de la casa y en los centímetros cúbicos de agua que engullía cada verano. Una pequeña grieta que ayer no estaba, un imperceptible milímetro de separación entre el suelo y la pared, una ligera curvatura en el terreno; el hecho es que hubo que cortar el jazmín como antes se cortó el melocotonero y después, la hiedra.
Ahora, que mi padre ya no está y la presencia de mi madre se vuelve más frágil trato de reconocerme en ambos; en la solidez de mi padre, sin duda, aunque si la ocasión lo requiere, también puedo andarme por las ramas.
Aquella mañana de julio mi madre me colocó en el centro del patio y comenzó a sacudir con fuerza el tronco del arbusto para que una nevada de jazmines cayera sobre mi pelo.
Mi madre tenía "buena mano" para las plantas fundamentada en cuidados muy básicos pero perseverantes, un toque de intuición y una fe inquebrantable en el poder de la Naturaleza, segura de que ésta sabría compensar sus descuidos y errores. Pero al jazmín se topó con la solidez de mi padre y su elogio de la firmeza y los buenos cimientos. Mientras la mirada de todos trepaba por las ramas de la planta, la de mi padre se centraba en el arriate junto a una de las paredes de la casa y en los centímetros cúbicos de agua que engullía cada verano. Una pequeña grieta que ayer no estaba, un imperceptible milímetro de separación entre el suelo y la pared, una ligera curvatura en el terreno; el hecho es que hubo que cortar el jazmín como antes se cortó el melocotonero y después, la hiedra.
Ahora, que mi padre ya no está y la presencia de mi madre se vuelve más frágil trato de reconocerme en ambos; en la solidez de mi padre, sin duda, aunque si la ocasión lo requiere, también puedo andarme por las ramas.
Aquella mañana de julio mi madre me colocó en el centro del patio y comenzó a sacudir con fuerza el tronco del arbusto para que una nevada de jazmines cayera sobre mi pelo.
Qué maravilla de historia!.
ResponderEliminarY qué lástima que un árbol que perfuma y adorna tenga que ser cortado para que no haga más daño que bien y acabe con los cimientos.
La magdalena de Proust está no solamente en el desayuno, va permanentemente con nosotros.
Supongo que el árbol creció donde no debía, también podíamos decir que la casa se construyó en el lugar equivocado pero la opción más fácil era eliminar el primero.
EliminarÚltimamente se me presentan pocas ocasiones de comer magdalenas pero ésta la he saboreado despacio, con un té aromático y caliente.
Un beso.
Me ha emocionado esta tu entrada.
ResponderEliminarhttp://youtu.be/0xNqjWv4ihM
Besos.
Ufff, emocionar a un "misántropo", no está mal, aunque supongo que reconocer ciertos elementos del relato lo facilita bastante.
EliminarBesos.
Si la inspiración existe, Bebo & Cigala, en este álbum tuvieron una sobredosis.
Qué bonito, Ana.
ResponderEliminarFíjate, y todo por escuchar un programa de radio...
EliminarBesos.
Si la infancia te escribe postales tan bonitas, deja el buzón abierto para que también nos llegue a nosotros/as a través de ti y tus sensaciones. Me ha gustado mucho esa nevada en verano.
ResponderEliminarUn abrazo.
Síiii, de vez en cuando, mira en tu buzón, bueno, yo sé que miras... aunque a veces las postales no son tan bonitas y lo peor es que incluso algunos días, está vacío.
EliminarAbrazos.
Ahora, cada vez que piense en jazmines también voy a pensar en ti y en las imágenes que me acabas de regalar.
ResponderEliminarPreciosa tu historia.
besos
Raindrop ¡menuda responsabilidad!...si es que hay que tener un cuidado con lo que se escribe.
EliminarUn abrazo.
Gracias querida amiga por venir a tomar el té conmigo, el de todos los martes, es una forma de sentirnos más cerca, aún a la distancia, de compartir momentos breves de felicidad.
ResponderEliminarUn beso grande.
Pd Tener un solo hijo es una bendición, no te sientas mal. No todos tienen o sienten de la misma manera. Yo fui muy feliz en la infancia, de grande sí tuve que enfrentar la enfermedad de mis padres sola y ahí sí sentí que necesitaba un hermano.
Gracias a ti por ese té tan bien servido...Por lo de mi hijo, no es que me sienta mal pero no puedo evitar, en ocasiones, hacerme algún reproche.
EliminarUn fuerte abrazo.
Hola
ResponderEliminarotra vez yo por acá jijiii.
Gracias por venir a mi té, no tienes que reprocharte nada; así es la vida... Tu hijo es una bendición, yo soy única y no tengo hijos pero hubiera tenido uno si la vida me hubiera dejado... es que se me fue el tiempo cuidando a mi mamá enferma.
Besos
Te agradezco infinitamente que hayas puesto tu enlace en mi muro de facebook porque me quito el sombrero para ponerme esos jazmines y para felicitarte por los preciosos recuerdos que compartes . Me parece una nevada llena de calor. Un besico.
ResponderEliminarGracias, Ana. Tu madre y sus jazmines...no quise desaprovechar la coincidencia.
EliminarBesos para ti y para la de la moña de jazmines.
Precioso, me ha emocionado, mucho. El olor de jazmín es un recuerdo que guardo bien cobijado en mi memoria, había uno grande en casa en un rincón de un patio interior junto a la cocina que impregnaba de olor la casa en los días de verano que jamás se cierra la ventana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Parece que ningún sentido evoca recuerdos ligados a la infancia tan intensos como los olores, si además el momento va asociado a momentos felices cargados de afectividad pues pasa eso, Sergio, que te emocionas.
EliminarBesos.
QUE EMOTIVO!!! PRECIOSO, LOS RECUERDOS DE LA INFANCIA SON IMBORRABLES, POR LO MENOS PARA MÍ PORQUE FUI MUY FELIZ.
ResponderEliminarLOS JAZMINES TAMBIÉN ME TRAEN RECUERDOS DE MI ABUELA QUE TENÍA MUCHAS PLANTAS Y ME REGALABA RAMITOS PARA PONER EN UN FLORERO.
GRACIAS POR TU RELATO Y POR VENIR AL TÉ.
UN BESO GRANDE.
Enhorabuena, Luján. La infancia y la felicidad deberían ir siempre de la mano, parece algo tan natural como sencillo, sin embargo solo basta asomarse un poco al mundo para comprobar que no siempre es así.
EliminarGracias y un beso.
Por allí(mi blog)pasan dos o tres personas de Jaén, entre ellas, Ana, la que te agradece el enlace en su muro y Encarni.
ResponderEliminarTambien San . Y he compartido co ellas estupendos momentos, con y sin aceite.
Había leído tus comentarios en "Brisa de Venus". Conozco a Encarni desde hace unos 20 años y ahora "nos conocemos" de otra manera a través del blog. A Ana la conocí recientemente pero acabo de relacionar un viaje que hizo la primavera pasada con tu blog.
EliminarQue digo...que mejor con aceite...