"Es el amor, tendré que esconderme o huir".
J.L. Borges
Viajaba en autobús hacia mi primer destino como maestra en un colegio de Úbeda. Miraba por la ventanilla el paisaje sin apreciarlo como sin duda se merecía, demasiado concentrada en el futuro que me esperaba al cabo de una hora. Aunque mi primera idea era quedarme a vivir en la ciudad cambié de opinión en cuanto llegué, una compañera se desplazaba a diario desde Jaén y me propuso que viajara con ella; tenía que esperarla una hora todos los días ya que impartía clases en Secundaria pero me pareció estupendo, así contaba con un tiempo extra para organizar mi trabajo de principianta.
El primer mes se escapó sin darme cuenta del tiempo transcurrido ni del maravilloso lugar en el que me encontraba así que, como mi trabajo lo realizaba cada vez con mayor rapidez, decidí explorar la ciudad. Al principio recorría las calles más cercanas y comerciales que a aquella hora del día y con el recién estrenado otoño se encontraban casi desiertas, pero con el paso de los días el interés por conocer los edificios, plazas e iglesias de Úbeda fue creciendo y debo confesar, que en ocasiones, miraba el reloj tan impaciente como mis propios alumnos, esperando escuchar la sirena que me dejara escapar hacia un nuevo descubrimiento.
Normalmente en mis paseos me orientaba sin dificultad, utilizando como referencia las torres de las iglesias o la esquina de alguna plaza, pero aquel día me perdí. Después de dar algunas vueltas de más encontré una puerta, la Puerta del Losal y salí al otro lado, a la muralla que circunda parte de la ciudad y al paisaje. Recorrí aquel espacio sin apartar la vista del impresionante valle; el tenue sol amarillo que lo iluminaba no hacía otra cosa que resaltar su belleza sin artificios, con una precisa y sutil fusión de colores diluidos por la bruma. Era tan leve y delicado que hubiera podido elevarse si la presencia sólida y azul de las montañas no lo anclaran firmemente al suelo. Al mismo tiempo percibía el olor a tierra que descansa satisfecha después de haber sido trabajada y a humo de chimenea, lo que hizo que la sensación de frío fuera aún más intensa, al evocarme una cálida escena hogareña. El sonido de la campana de una iglesia próxima me acompañaba en mi feliz ascenso hacia el punto de encuentro con mi compañera.
El invierno se instaló unas semanas antes de la fecha indicada en el calendario colgado en la pared de mi clase, rodeado de dibujos infantiles. Los días de menos lluvia, me aventuraba y corría hacia el mirador donde la niebla desvelaba parte del paisaje, como piezas de un puzzle, que yo completaba fácilmente porque ya formaba parte de mi memoria.
El último día antes de las vacaciones de Navidad, quise despedirme de "mi lugar". Estaba nublado y hacía un frío considerable pero sin apenas pensarlo ya me encontraba en la calle Baja del Salvador en dirección...a la niebla. Lo que percibían mis ojos no podía ser real, el valle había desaparecido tras una gran pared blanca y compacta que parecía contenerse ante la presencia del insignificante muro que rodeaba el mirador. Me acerqué lentamente sin decidirme a tocarla y sentí miedo y una irresistible atracción por asomarme, por mirar al otro lado, mirar...
En demasiadas ocasiones nos quedamos al borde de un proyecto, de una ilusión, de una locura, de un amor... Valoramos las consecuencias y no actuamos, siendo ésta, la peor consecuencia.
La campana de una iglesia cercana me acompaña en mi camino de regreso cubierto de lluvia que descubro en el brillo de las piedras del suelo, no en mi pelo, ni en mi cara. La niebla asciende siguiendo mis huellas, aunque hoy no me alcance sé que lo conseguirá en otras ocasiones, pero decido no volver atrás.