domingo, 18 de marzo de 2012

Motivación II

"La vida es una larga lección de humildad."

James Matthew Barrie


Observo con verdadero entusiasmo cómo uno de mis alumnos lleva un tiempo más aplicado y responsable. Mis alumnos, -ya lo he comentado en alguna ocasión- pertenecen a ese grupo que en el mundo de la enseñanza denominamos "des", es decir, alumnos que presentan dificultades en el aprendizaje por pertenecer a entornos sociales y culturales desfavorecidos. Como consecuencia de esta situación, los padres dan muestras de unas bajísimas expectativas hacia el aprendizaje de sus hijos, lo que se traduce en un escaso seguimiento e implicación en las tareas escolares, además, son pocos los que asisten a tutorías y es muy difícil conseguir que participen en su formación desde casa, tratando de  inculcar el hábito regular del estudio o de la lectura.

Por eso la actitud de Diego me llena de satisfacción y refuerza mi autoestima profesional. Se agradece poder comprobar, aunque solo sea de vez en cuando, que las diversas herramientas utilizadas desde el inicio de curso son acertadas y no dudo en utilizar la aparente conversión del chico para exponerlo como modelo ante sus compañeros y compañeras.

- Estupendo Diego, has resuelto muy bien el problema, se ve que lo has trabajado en casa. Ya dije que confiaba en ti.

- Es que me ha dicho mi "papa" que si no le llevo malas notas me va a regalar un gallo de pelea.

- Pero... eso...¿no es ilegal? -es lo primero que alcanzo a decir en medio de mi desconcierto-.

Le digo adiós a la efímera y engañosa sensación de éxito, sin apenas saborearla, mientras pienso en tantos y tantos refuerzos, reflexiones compartidas y también regañinas y castigos; cientos y cientos de horas dedicadas a cursos de formación en nuevas tecnologías, técnicas de trabajo intelectual y lectura eficiente, motivación, competencias básicas, mediación en conflictos, convivencia y educación en valores...

- No lo sé "seño", de momento me lo están entrenando.

¡Un gallo de pelea!... ¿Cómo no se me había ocurrido?





sábado, 3 de marzo de 2012

Subterfugio VIII: Sol de marzo

"Quemaré el Partenón por la noche,
 para empezar a levantarlo por la mañana
 y no terminarlo nunca."


Federico García Lorca


La prensa nos confirma la noticia "esperada". Esperada por prevista, pronosticada, no por deseada: el número de personas desempleadas en el mes de febrero bate un nuevo récord, 630.000 personas pierden su empleo y con él, su estabilidad, su calidad de vida. Esta reflexión me lleva a hacer una especie de balance personal de este mes de febrero, que se salda con la pérdida de tres macetas, dos de las cuales me duelen especialmente; una porque su supervivencia parecía imposible, ¡pero era!, repleta de espléndidas flores tropicales en un balcón orientado al norte, donde la luz del Sol es un vago recuerdo de las largas tardes de verano; la otra, porque era el regalo de un alumno muy especial, cuya diferencia vive con la dificultad y el dolor que produce la mediocridad que trata de arrastrar al que osa apartarse de ella, si ésto no ocurre, se aparta al diferente, que en este caso, se refugia en la creación de un mundo más grande y más bello donde es probable que alcance momentos de felicidad, cuando descubra que los números primos también son infinitos.

En febrero casi pierdo a mi padre, aunque tampoco lo he recuperado del todo; mi madre sufrió una "esperada" caída y tiene por delante (tenemos) el reto de una lenta y larga recuperación...De nuevo un viento imprevisto sopla con fuerza y levanta las piezas de un puzzle que construyo con constancia y empeño, y todo cambia, horarios, rutinas, lo que parecía importante ahora no lo és, lo que creía que estaba en su sitio no lo está, aunque sí descubro que están los de siempre, más o menos uno.

Como cada dos de marzo un rayo de sol vuelve a colarse por la ventana de la pequeña habitación con vistas al patio de luces, indiferente a nuestras pequeñas o grandes catástrofes, a nuestras pequeñas o grandes pasiones; aparecería el mismo día y formando el mismo ángulo aunque yo no lo esperase, aunque en el lugar de mi ventana se irguiera la torre de una iglesia, una montaña o se extendiese un valle. Aparecería para iluminar el pequeño rectángulo de suelo donde encuentro diseminadas las piezas del puzzle, que concienzuda y serenamente, vuelvo a recoger.