viernes, 17 de septiembre de 2010

Subterfugio III: La ciudad

"Torres Blancas". Antonio López

"Cada ciudad puede ser otra
cuando el amor la transfigura,
cada ciudad puede ser tantas
como amorosos la recorren."

Mario Benedetti

Siempre quise vivir en una ciudad, en una gran ciudad. Las grandes ciudades son capaces de provocarme los sentimientos más encontrados en la mínima fracción de tiempo en que un semáforo pasa al rojo o se desvanece el sonido de una sirena.
La ciudad tiene la facultad de ajustarme unos grados a ese concepto tan difuso y necesariamente subjetivo que todos tenemos de nosotros mismos. Me siento más yo, más libre, más sola o más acompañada, más interesante o más estúpida. Me gusta observar a la gente; de pequeña era una experta observadora pasiva de una realidad que no me pertenecía. Ahora practico este ejercicio sólo de vez en cuando y no hay mejor lugar para hacerlo como en una avenida rodeada de una multitud desconocida: observar rostros, poder reconocerte en la mirada infinita de un segundo de alguien que sabes que es como tú, y que seguirá avanzando en sentido contrario hasta desparecer en una neblina gris de humo. En otros momentos puedes deslizarte al lado de gente que no te ve, para quién eres transparente y que hacen cuestionarte si verdaderamente existes. No les culpo porque yo, a veces, he chocado con un lugar que parecía ocupado por aire y del que salía una voz que me increpaba o me pedía disculpas.
El sonido de la ciudad es especial y complejo, a ras de suelo sólo percibes ruidos infames, insoportables, pero si prestas la atención suficiente sientes como ascienden, transformandose arriba, justo donde terminan los edificios más altos, en una sinfonía reconfortante que nos es devuelta.
La luz como suma de infinitas luces es uno de los mayores atractivos que tienen las grandes ciudades; la hora del crepúsculo tiñe el cielo de un matiz eléctrico que se refleja en la riada de luces blancas y rojas de los faros de los coches, dando la sensación de un cuadro impresionista, puntillista o fauvista, según las experiencias del ojo que lo percibe. La ciudad es una maestra del claroscuro, utiliza la pincelada de forma excesiva para cegarte con la luz y el lujo de un escaparate para después pasar al callejón más negro, donde apenas percibes la silueta de una sombra sentada en el suelo que apenas te ve, ya que sólo dirige su mirada al movimiento casual de los dedos de tu mano, esperando que dejen alguna moneda en su cajita de cartón sucia.
Una ciudad puede ser un pretexto para observar sin ser visto, como cuando tenía siete u ocho años y miraba descaradamente la vida de los demás, a través de las ventanas de persianas alzadas y luces encendidas pensando que la hierba del vecino siempre era la más verde.
Ahora existen multitud de ventanas para ver y para ser vistos... yo, por si alguien insatisfecho con su particular percepción de la realidad lo necesitara alguna vez, suelo dejar la ventana del salón abierta y una cálida luz encendida.

11 comentarios:

  1. A mí también me gusta pasear sin ser vista, algo totalmente imposible en algunos de los pueblos en los que me he visto obligada a vivir.

    Y también me gustaba observar a los vecinos desde la ventana de mi cuarto con mi hermana.

    Preciosa entrada Ana ;)

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  2. http://www.youtube.com/watch?v=vrc8I71-eCs

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  3. Qué bonita entrada Ana!!! Sabes que me ha sugerido cuando lo iba leyendo, que no describías la ciudad, sino que la ibas pintando párrafo a párrafo, tenía la sensación de que un pincel iba poniendo los tonos y el color a las calles, a la gente. Me ha parecido un cuadro estupendo que has dibujado con palabras, tan lleno de matices...

    Un abrazo.

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  4. Elena,

    otra manera de "vivir" y aprender es observando la vida de los demás, sobre todo cuando somos pequeños y aún no hemos encontrado la nuestra o no somos tan pequeños, pero no nos gusta.
    Un abrazo y mucho ánimo con lo tuyo.

    Mª Ángeles,

    Te respondo con la palabra de Benedetti, ya que tanto te gusta, hay tantas ciudades como amorosos la recorren...Cada persona que habite una ciudad tendrá una impresión de ella particular y única, la amarán o la odiaran según las experiencias vividas: "cada ciudad puede ser otra cuando el amor pinta los muros".

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  5. Es curioso, la impresión que he tenido al leer tu entrada se parece mucho a la que describe Encarni. Has pintado una ciudad a base de delicadas pinceladas llenas de sensibilidad, gusto y de una atmósfera particular hecha de recuerdos. Hablas de tí, pero no olvidas dejar esa lucecita encendida que simboliza a los demás.
    Insisto, me gusta tu estilo escribiendo. No estaría mal que te lo plantearas. Un saludo.

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  6. Supongo que las grandes ciudades tienen un efecto multiplicador frente al simplificador del medio rural. En la ciudad tú puedes ser igual (o distinto) a cualquiera del resto de sus habitantes, o a la suma de algunos de sus habitantes, o de todos sus habitantes+Tú. Con algo de suerte, lo normal es que te identifiquen por tu nombre, Juan Luis Medina, por tu trabajo, por tu carácter..., es decir, por cosas esencialmente tuyas y no por ser el hijo de Juan Medina o el nieto de Juanillo Medina. Los condicionamientos patronímicos desaparecen.
    ¿Y tú de quién eres?, preguntaban en una canción de la que apenas logro recordar nada más, bueno sí, la incipiente mala leche del cantante al responderle al indiscreto-a de turno.

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  7. Encarni,

    Me encanta la pintura, durante unos años recibí clases y miraba y remiraba libros de pintores y estilos pictóricos hasta casi aprendérmelos de memoria. El lenguaje se va construyendo a partir de todas nuestras vivencias y supongo que el mío está marcado por mi gusto por la pintura.
    Me encanta que al menos podamos hablarnos por aquí hasta que nos volvamos a encontrar, por casualidad, en alguna calle de nuestra pequeña ciudad.
    Un beso.

    gilgamesh,

    No hay mejor atmósfera que la construida a partir de los sentimientos y las sensaciones pasadas o presentes que a veces están tan vivas, que poseen cuerpo, color y aroma; lo único que hay que hacer es dejarlas salir en el contexto adecuado.
    Gracias por tus palabras pero en lo de escribir soy una recién llegada, nunca he tenido "necesidad" de escribir y aún no sé por qué lo hago ahora, ya que cada uno de estos "relatillos" me suponen un esfuerzo considerable que a ratos casi, casi roza el sufrimiento. Pero como me temo que soy un poco masoquista, seguiré intentándolo.

    A propósito, en los últimos días he tenido ocasión de observar una muestra de ese pueblo irreductible al que te referías en la despedida a José Antonio Labordeta, que también era pueblo.Un saludo.

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  8. Querida anónima,

    Justo en la mitad del comentario te he reconocido. Sabes que tus opiniones me interesan especialmente, porque de alguna manera he crecido nutriéndome de ellas. Comparto tu idea del efecto multiplicador de las ciudades, que en mi caso se cumple, igual que cuando me he visto obligada a vivir en un pueblo me iba reduciendo poco a poco como las cabezas de los jíbaros; aunque imagino que habrá a quién le ocurra justo lo contrario. Un abrazo.

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  9. Ya lo creo Ana que Labordeta era pueblo. Claro que lo era. Y como pueblo que era, se hizo camino al andar.

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  10. Una entrada muy buena y en la que estoy totalmente de acuerdo en tu percepción, salvo en la sinfonía que te devuelve la ciudad cuando esos insoportables ruidos, llegan a lo más alto de los edificios. Voy a romper una lanza en favor del silencio, tan ansiado por mí durante casi todo el día, pues no lo percibo por ningún rincón...somos el segundo país más ruidoso del planeta, sólo superados por Japón...eso es mucho decir. Pero tampoco quiero romper el encanto de tu percepción, pues también yo de pequeño escrutaba la ciudad de forma que creía no ser visto; y me convertí en un voyeur...mis vecinas, eran el centro de atención, y me las ingeniaba para espiarlas...a veces, tenía premio y todo; un voyeur con todas las de la ley, sin medias tintas...
    De muy joven, amante de la nostalgia y amigo de la melancolía, me gustaba esa ciudad, pero en días de lluvia, era cuando mejor se apreciaba pues había poca gente en las calles, y era más fácil pasar desapercibido...siempre me gustó pasar de puntillas por las calles para no ser visto; yo, y mis complejos.
    Gracias por compartir tus íntimas percepciones.

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  11. Me temo que la ciudad no es el lugar idóneo para encontrar el silencio que anhelas, en todo caso se puede buscar el silencio interior, como sinónimo de armonía y de paz con uno mismo, pero creo que alcanzar éste tipo de silencio es aún más difícil.
    Un abrazo Utopazzo.

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