domingo, 25 de noviembre de 2012

Cierres II


"He visto llorar a mucha gente en el mundo
Y he aprendido a llorar por mi cuenta.
El traje de las lágrimas
Lo he encontrado siempre cortado a mi medida…"

León Felipe


Cuando ella se fue, vertió todas las lágrimas de las que fue capaz. Recorrió un día tras otro el bosque que conocía como la palma de su mano, con pasos tristes y lentos al principio, rápidos y llenos de furia después, sin mirar donde pisaba, perdiéndose y encontrándose continuamente, abandonándose sobre el musgo húmedo, la escarcha de enero o la tierra palpitante, lista para parir una nueva primavera.

Su marcha le obligó a retornar al punto del que en realidad no se había movido, a la nada en la que creía permanecer ileso, donde se reconoció como perdedor sin riesgos ni apuestas. Seguía viviendo en la casa en la que nació y desde pequeño trabajó en la imprenta familiar, en la que invirtió sueños que se desvanecían entre el monótono sonido de la prensa. Ahora sus proyectos eran inviables, la imprenta daba lo justo para pagar facturas y el sueldo de su tío, auténtico motor del negocio.

Encontró refugio en lugares transitados por antiguos amigos y en un amor de juventud que lo liberó de la angustia que le producía tener que atravesar la solitaria extensión de otro invierno. La aparente normalidad en la que transcurría su vida no le impedía sentirse tan extraño como cuando siendo un adolescente,  fue consciente de que su dirección era contraria a la de sus amigos. Ellos transgredían, soñaban, huyendo siempre hacia fuera, saliendo a la calle, ascendiendo a buhardillas, árboles y azoteas, mientras que él se refugiaba en el sótano, en su rincón invisible, cómplice de libros prohibidos y cigarrillos con sabor a beso.

Aquella tarde le pareció posible. Llevaba días de noches en blanco, calculando milimétricamente los inconvenientes, decidido a dar el paso, un paso: el primero. En el zaguán de la casa permaneció inmóvil, miró sus zapatos sobre el escalón de mármol gris, resquebrajado desde hacía más de treinta años, y deseó que una brisa lo empujara suavemente hacia fuera, un viento, un huracán, un cataclismo...

Poco a poco comenzó a escuchar los ruidos de la calle y la voz cada vez más cercana de su tío que lo llamaba desde el sótano.

-Este chico no sé dónde se mete. ¡Baja, que te está esperando Consuelo!

Buscó un lugar donde guardar la maleta sin dejar de limpiarse las lágrimas con la manga de la chaqueta nueva, y bajó lentamente las escaleras sin encender la luz.

     

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