-¿Mamá, a dónde vamos?
-A comprar y... a dar un paseillo - improviso.
Sigo memorizando mientras salimos a la calle, pero mi hijo nunca se rinde y espera más, mucho más. A ratos me desespera pero lo comprendo; mis planes no concuerdan con sus deseos.
-¿Mamá, a dónde vamos?
-A comprar...
-¿Y después?
Siempre después, incluso cuando se está divirtiendo pregunta qué sucederá después, sabiendo que los momentos preciosos no son eternos. Me doy cuenta de que no disfruta plenamente el momento porque piensa que tarde o temprano acabará y necesita buscar un sustituto que le evite el dolorcillo de la fustración. Es algo que debería corregir si supiera cómo hacerlo.
-Si terminamos pronto te llevo al parque.
La luz de la ciudad ha cambiado cuando salimos del supermercado, comienzan a iluminarse las primeras farolas y la prisa de los transeúntes se hace más evidente. No hemos terminado pronto pero vuelo hacia el parque cargada con varias bolsas y arrepentida de mi promesa.
Por fin llegamos y miro a mi alrrededor, perpleja. El parque está vacío; de repente se ha convertido en un lugar oscuro, melancólico, irreal. Las farolas irradian una luz triste y pobre, que no alcanza a alumbrar los rincones habitados por risas en otros días. Me doy cuenta del paso del tiempo, ajeno a nuestros intereses. Es el otoño, que me sorprende en mi desconcierto e incluso se atreve a tocar mi hombro para mostrarme el ligero crujido que acompaña al remolino de hojas secas, colillas y bolsas de plástico. Sabía que estábamos en otoño pero aún no lo había percibido, tan acostumbrados como estamos a que se sucedan las estaciones, huérfanas de sensaciones, en nuestra rutina diaria al otro lado de la naturaleza. Entonces noto en mi mano la presión de la mano de mi hijo que observa lo que yo observo y siente lo que yo siento, aunque no le ponga tantas palabras.
Ninguno de los dos hablamos pero decidimos que ha llegado la hora de volver a casa. Caminamos pensativos mientras sentimos cómo el frío quiere darnos alcance y sonrío al recordar el calor derrochado a raudales durante el verano, como si nunca más nos fuera a hacer falta. Solemos malgastar con una facilidad intolerable todo lo que aparentemente cuesta poco, o nada...el calor, el agua, las palabras...
En cuanto llegamos a casa me asomo a la ventana y veo las primeras señales de otoño, hasta ahora no descubiertas. Mi hijo juega confiado, aunque dudo que haya podido desprenderse de lo vivido hace unos momentos. La lamparita encendida me reconforta y comprendo que de nuevo llegó el momento de mirar hacia adentro, de mirar hacia la luz interior interior.
Sí Ana, como buscarnos dentro y tratar de saber si se nos perdió algo en el verano, o si apareció algun sentimiento que nos pasó desapercibido y esa lamparita nos invita a contagiarnos de su luz para ver de nuevo.
ResponderEliminarHas descrito muy bien la sensación del otoño, y me ha encantado ver a tu peque de la mano, en ese parque vacío que pronto se llenará de hojas secas (ahora estará de guapo Pablo, verdad?)
y soledad.
No sé, tal vez mirar hacia dentro produzca un poco de melancolía, ¿no crees?
Un beso, guapa, y otro para tu peque.
Me encanta el otoño.... la luz tímida que se cuela durante unos fugaces minutos, en un instante casi eterno, por el ventanal de mi cocina y refleja todo su esplendor en la pared amarilla del oscuro pasillo... el abedul frente a la ventana del salón, que crece conmigo desde hace décadas, y que una vez más empieza a mudar su traje de un verde brillante-casi chillón mientras va desnudando sus infinitas ramas sin pausa pero sin prisa, tan lentamente como el eterno devenir del tiempo se lo permite.... los olores que el viento nos trae, la tierra húmeda, el tímido viento, el aroma que desprenden las hojas recién abandonan las ramas, el olor a churros recién hechos y chocolate calentito mientras paseo por la calle Espatería con una hija ávida de esos suculentos manjares -que ella asocia irrenunciablemente -a las tardes de otoño, antes o después de asistir a algún espectáculo infantil....las sempiternas castañas asadas en el actual microondas.... las nueces como fieles compañeras de mesa.... y los parques, efectivamente como bien describes, con su manto de otoño....
ResponderEliminarPreciosa descripción y emotivo relato....
¡¡cuantas tardes de otoño compartidas en esos parques al que el otoño vuelve lugares intimistas y casi mágicos!! ¡¡cuantos años de volver la mirada hacia el interior y de compartir esa luz igualmente intimista!!....
http://www.youtube.com/watch?v=n9n5DEIFPZY
ResponderEliminarEncarni,
ResponderEliminarPara mí el otoño es la vuelta a los "deberes inexcusables". Después del largo paréntesis del verano en el que me dedico fundamentalmente a hacer lo que me gusta y a vivir la vida, tal y como suena, el otoño supone enfrentarte con el trabajo, las actividades que te gustan, y las que no, y disfrutar de la vida que tienes de puertas hacia adentro, que hay que alimentar constantemente.
Pablo crece y madura, aunque el ponga todo su empeño en lo contrario
Un beso para ti y otro para Carla.
Mª Ángeles,
Tu comentario lo podías haber utilizado como entrada para tu blog y así lo inauguramos oficialmente.
La relación con los amigos no se ve modificada con el otoño. En verano compartes los buenos (o malos) momentos fuera de casa: en una terracita en la calle, en un parque...y en otoño te los traes a tu casa, para compartir esa luz-idez, que tanto nos cuesta.
Un abrazo
Bonita descripción la que haces sobre la llegada del otoño, no exenta de ternura y de reflexión. También de incertidumbre, esa inseparable compañera de nuestras vidas. Porque aunque las cosas se repitan, siempre acaban por ser distintas. Caen las hojas, pero cada otoño trae sus propias hojas. E igual sucede con la vida. Ya conoces a Heráclito con su máxima de que es imposible bañarse dos veces en el mismo río. Y para entender esto hace falta esa lucidez que mencionas. Y para entender otras tantas cosas.
ResponderEliminarEs bastante descriptiva tu percepción de las cosas, el entorno, los sonidos...y la percepción de Pablo, es diferente, su mundo es más pequeño, a otra altura y es por ello que siempre percibe cosas que a los adultos, simplemente se nos escapa...incluso el momento no lo vive como quisieras y siempre pensando en lo que vendrás después...¿Acaso no es un reflejo de lo que transmitimos los "adultos"? ¿No nos pasa igualmente a nosotros que no sabemos vivir el momento y, aunque de otra manera, miramos al futuro más próximo?...
ResponderEliminarPor otro lado es difícil luchar con un pequeño que es inteligente, y cumplir las promesas; soy de la opinión (igual que tú) de que hay que saber premiar o castigar según lo conseguido o prometido; si no, el chaval, aprenderá a manipular más de lo que ya lo hace...bienvenidas las promesas cumplidas aunque nos cueste cumplir un mundo por momentos.
Por último, el tema del parque vacío, me ha encantado pues he vivido situaciones muy parecidas y he de decirte que siempre lo veo como algo mágico por no ser muy habitual...míralo desde esa pequeña ventanita que habita por algún lugar del cerebro...ah! y me gusta también tu sensibilidad, mejor que exquisita.
gilgamesh,
ResponderEliminarEl tema de las estaciones lo encontrarás de forma recurrente en mi blog, precisamente por el significado metafórico de volver al mismo lugar pero comprobando que algo ha cambiado...cambias tú, el entorno físico, tus circunstancias personales y también las de los demás. Así que no tienes más remedio que volver a realizar ajustes -como mínimo- y en otras ocasiones transformaciones más evidentes.
Una actitud acomodaticia e incluso indolente hace que veamos ciertas circunstancias de naturaleza humana como algo negativo: la soledad, la duda, la incertidumbre... sin embargo son señales que nos mantienen alerta y bien despiertos para no dejarnos arrastrar por la corriente.
El otoño es la época idónea para dedicarse a la introspección -la naturaleza nos lo pone en bandeja- y observar como van dejando su poso las vivencias del reciente verano.
Un abrazo preotoñal.
Utopazzo,
Si a los adultos nos cuesta entender y asimilar los cambios que se producen a nuestro alrededor, produciéndonos desconcierto, inquietud o nostalgia; imagino lo que estos cambios deben provocar en la mente de un niño. Por eso es tan importante rodearles de un ambiente en el que sepan que tienen el amor y la atención garantizados, para dar cobijo a sus miedos e ir dilucidando sus dudas.
Un abrazo Utopazzo.
Decía Schopenhauer que la única verdad inmutable, es el cambio. Qué razón tenía en esto y en otras cosas este lúcido filósofo. Todo,absolutamente todo, está cambiando. Es una ley a la que nada escapa.
ResponderEliminarComo cantaba "la negra" Mercedes Sosa en su canción Todo Cambia:
cambia lo superficial
también cambia lo profundo
cambia el modo de pensar
cambia todo en este mundo ..
Preciosa canción.