Tener un hijo es el suceso más trascendente en la vida de todo ser humano. Cuando nace, incluso antes, sientes una ola enorme de amor que se va acercando poco a poco hasta que entra en ti y te llena, te inunda... y de tan inmensa no la puedes contener y comienzas a rebosar amor y ternura, sonrisas, leche y lágrimas.
Siempre se habla del sacrificio y la entrega de una madre, de un padre, y es cierto, pero quizá no pensamos tanto en lo que recibimos. Recibimos la felicidad más absoluta, el amor más natural y auténtico, la ilusión renovada cada día. Tenemos la oportunidad de volver a la infancia desde la madurez y la perspectiva de los años, desde la objetividad que le añade el valor del análisis y la reflexión. De esta manera volvemos a disfrutar de las horas "perdidas" en el parque, del barro, las piedras. Recuperamos la capacidad para jugar, de descubrir lo ya mil y una veces descubierto; releemos los cuentos, que ya no son los mismos porque nuestra visión de las cosas ha cambiado y encontramos en ellos juicios, convenciones, lugares comunes... pero da igual porque sabes que el efecto que causa en tu hijo es el mismo que causó en ti hace muchos, muchos años...Tener un hijo te enseña, cada día, que los demás también tienen hijos, o que al menos son hijos, y ésto te acerca un poco más a la humanidad.
Ahora que ha pasado un tiempo desde que barrunté mi comentario, ya no será el mismo resultado: se han desvanecido ideas, han aparecido otras que vienen traídas desde algún punto en el universo; pero la esencia es la misma y aunque pueda parecer un poco petulante, te diré que yo, nací un 27 de abril de 2005. Entonces me reencontré con ese alma de la que habla Beuchot: "El alma tiene más dignidad que el cuerpo, ya que puede existir y actuar independientemente de él"...y ahí, lo vi recién nacido frente a mí, hasta entonces no me había percatado y nací ese día cuando tenía 42 años; encontré lo substancial, mágico y sublime; por él vivo y de paso, encontré "mi" sentido de la vida.
ResponderEliminarHablar desde la proximidad, la distancia... de algo tan íntimo, no produce sino una elevación más en la búsqueda de uno mismo, y poder compartirlo, mi mujer lo sabe, y ella es parte esencial de todo pues gracias a ella, hoy puedo escribir esto, transmitirlo y afirmarlo con rotundidad...Gracias por tu comentario que comparto completamente.
Sí, Anita, coincido plenamente en la cuestión, como en tantas otras cosas a lo largo de este camino de años hecho a base de confidencias, amistad, encuentros y desencuentros, tés, cervezas con patatillas, películas de vídeo, viajes y demás momentos compartidos que guardamos en la memoria y en el corazón....
ResponderEliminarPero tener un hijo es sobre todo, o debería ser un acto de responsabilidad y de compromiso: de responsabilidad hacia esa persona que nace a un mundo al que no ha pedido venir y que por tanto merece ser feliz, tener acceso a todas las oportunidades posibles y sobre todo merece la oportunidad de desarrollar todo su potencial humano. Responsabilidad hacia la sociedad que todos formamos y sufrimos: como padres somos responsables plenamente de la educación que damos a nuestros hijos, porque esa educación repercutirá directamente en el "estado de salud" de la sociedad. Nuestro compromiso, por tanto, tiene esas dos direcciones. Pienso que si tod@s partiésemos de estas dos premisas, la sociedad no estaría enferma de individualismo, de indiferencia e ignorancia, de "tengo todos los derechos, pero cuanto menos deberes, mejor", de libertad mal entendida y por tanto -e inevitablemente- mal empleada.....
El aumento de embarazos no deseados, de niños acogidos en el sistema de protección y de reforma, de hijos tiranos y predelincuentes entre las clases socio- económicas medias-altas, de niños abandonados y maltratados y de padres negligentes... no es el problema; sólo son síntomas que nos avisan y nos ponen en alerta -o deberían hacerlo- de que el ser humano se está equivocando en su búsqueda del sentido de la vida...
Querido Rafa,
ResponderEliminarel sentido de la vida nos vemos obligados a renovarlo constantemente, igual que renovamos la piel, el pelo, algunas células de nuestro organismo...cada uno busca, aunque más bien encuentra, "su sentido" en lo que más plenamente le llena de entusiasmo y felicidad. Y esto es lo que ocurre cuando ves por primera vez a tu hijo...
Mª Ángeles,
siempre pones el énfasis en la responsabilidad de nuestros actos, como en este caso, al tener un hijo, lo que no deja de producirme un ligero escalofrío que me sube por la espalda.
Tratar de educar a tu hijo o hija desde la responsabilidad que tenemos, primero hacia ellos, y después hacia la sociedad, es una tarea dificilísima que produce cierto vértigo, pero en eso estaremos los próximos....toda la vida.
Aprovechando que el Picasso es de los Picasso que me gustan (no lo puedo remediar, pero no me gustan todos los Picasso, al menos los que conozco) entro al trapo del concepto de maternidad-paternidad, que viene a ser lo mismo con algunas diferencias más o menos sutiles, pero en fin... no es el tema. Tener un hijo es crecer de nuevo, eres tú y eres él-ella. Cuando son pequeños redescubres el espacio, los colores, los sonidos. Compartiendo su sorpresa tienes que tener respuesta a sus infinitas preguntas, además tiene que ser la respuesta adecuada, a veces no coincide con la "absolutamente correcta", más si tenemos en cuenta que en general -y por fortuna- los niños abominan de la corrección y hacen muy bien. De todos modos, la infancia me pilla ya un poco lejos, incluso la adolescencia. De hecho he (hemos) llegado a la adultez, etapa inquietante donde resulta temerario adentrarse, pues es frecuente encontrarse con el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, a veces por separado y otras en chocante connivencia. Como supongo que casi todo el mundo sabe la historia, creo que no destripo nada al decir que los dos acaban mal.
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